02 diciembre 2008

Espacios de habitabilidad, o sobre los espaciamientos amorosos.



“Mi relación con el otro es irreductible

a toda medida, así como excluye cual-

quier mediación o cualquier referencia

a otra relación que pudiera englobarla”

(M. Blanchot, El diálogo inconcluso).


La pregunta: ¿Es el amor un territorio de pensamiento en nuestras vidas cotidianas?- y los intentos de darle respuestas aproximativas en el Módulo de Amor y pds- nos llevó a reflexionar directamente sobre nuestras relaciones. Y por ende, el acto mismo de preguntárnoslo ha devenido territorio de pensamiento.

Nuestra intención es, en principio, materializar de modo descriptivo ciertos momentos o instancias en las que éstas relaciones alcanzan a expresarse. Por supuesto que no se trata de una empresa sencilla, pero tampoco hipócrita, por lo cual intentaremos consignar sólo las instancias o momentos que nos parecen más significativos por su grado de problematicidad.

En principio, una aclaración, a fines meramente descriptivos. Creemos que las relaciones amorosas logran ir materializándose en “espacios de habitabilidad”. ¿Esto qué significa? Que toda relación amorosa contiene su espaciamiento amoroso, que a toda relación le corresponde su espaciamiento específico. Quedará entonces librado a “la decisión de la relación” el espaciamiento a constituir y por el cual ir transitando. Cada decisión, entonces, estará íntimamente determinada por la relación a la que pertenece.

En este terreno de pensamiento pudimos ir relevando ciertos espaciamientos donde van decidiendo su trayectolas relaciones amorosas.


Sobre el Campo de Batalla:

En algunos momentos o instancias, las relaciones amorosas se expresan a modo de relaciones beligerantes. En ese punto, el espaciamiento constituído por decisión amorosa sobreviene campo de batalla, saber bélico y espionaje.

La cuestión, para cualquier relación beligerante, es la siguiente: ¿qué hace el enemigo amado?, ¿qué hacer ante él?, ¿qué está planeando?, ¿en qué situación se encuentra?, ¿cómo saberlo? La comunicación directa, el terreno de pensamiento, están excluidos. Preguntar al enemigo amado es absolutamente imposible, o por lo menos estúpido, ya que sólo dará respuestas engañosas. Dialogar con él implicará acumular saber en su detrimento, saber bélico.

La enemistad implica la probabilidad, incluso la certeza de ser engañado. El enemigo amado se hará pasar por más fuerte o más débil de lo que en realidad es, para de este modo provocar o atemorizar. Fingirá situaciones aparentes para atacar repentinamente desde el lado inesperado. Frente a una realidad hostil: frente a la realidad enemiga, el espía, sujetado al conocimiento, aparece bajo una máscara enamorada. Por eso, la razón de supervivencia de cada polo, en una relación de este tipo, implica penetrar mediante el conocimiento (en el sentido del espionaje) en las maniobras de distracción del enemigo amado, o sino superarlas mediante descubrimientos, engaños y medidas operativas propias.

El espionaje, consiguientemente, está dispuesto como único recurso de la supervivencia más inmediata. Conocimiento - en cuanto espionaje- es investigación del enemigo amado, acumulación de saber sobre el otro tomado como objeto, con el cual no me une benevolencia ni tampoco una neutralidad desinteresada, sino una amorosa tensión directa, hostil y operante en campo de batalla. Éste alimenta un desear saber bélico y hace imprescindible una serie de métodos de investigación peculiarmente “indirectos”: ocultamientos, engaños, obtención de posiciones de confianza (generación de retaguardia), explotación de amistades, etc.

El espionaje ejerce el arte de inducir a hablar a los otros, trabaja a base de vigilancias y registros constantes, observa sigilosamente los ámbitos íntimos y secretos del otro, busca puntos de apoyo para chantajes, investiga los pasajes vulnerables y el eslabón más débil en la cadena enemiga. Apuesta por la disposición a la traición en los miembros de la otra parte.

Todo esto pertenece a la metodología de los espías en una relación beligerante, todo esto expresa integralmente un Campo de batalla.


Sobre el Laberinto de los Espejos:

En otros momentos o instancias, la relaciones amorosas se expresan a modo de relaciones especulares. Aquí, el espaciamiento constituído por decisión amorosa sobreviene laberinto de los espejos, saber espectral e ilusionismo.

La cuestión, para cualquier relación especular, es la siguiente: ¿Qué será?, ¿será corredor de motos o hacker? ¿Tendrá algún rasgo de mi madre?, ¿de mi padre?, ¿y de Nini Marshall? ¿Cómo será? ¿Como fui yo en el pasado?, ¿como soy ahora?, ¿o como me gustaría ser? ¿Qué estará haciendo?, ¿estará con otra en Miami?, ¿fantaseando con otro mientras me habla?, ¿escribiéndome una poesía en el oído?, ¿o tejiéndome un pulóver para el invierno? La percepción directa, el terreno de pensamiento, están siempre mediados, están atravesados por el infinito juego en el que te insumen los espejos y las ilusiones. Preguntar al espectral amado es, en principio, posible, aunque sólo sea, o bien para renegar lo que diga, o bien para rarefacerlo o saturarlo con lo que uno ya sabe de él, que, aparentemente, siempre es mucho más que lo que él mismo pueda saber de sí. En fin, dialogar con él implicará ajustar todo lo que pueda decir en beneficio de esa reserva de ilusiones que uno ya porta y soporta, saber espectral.

La espectralidad implica la ambivalencia, quizás la oscilante certeza, de ser amado-odiado. El espectral amado será siempre un poco más o un poco menos de lo que en realidad es, generando, de ese modo, tanto deslumbramientos como decepciones. Se le endilgarán ilusionismos que no forman parte de él, casi como un conejillo de mago, se lo hará aparecer en tal situación de la que nunca formó parte, se le demandará una posición más maternal o paternal, se le pedirá que devenga un poquito más parecido a uno, que haga lo que uno le haría de estar él en la misma situación, o que confiese todo lo que estuvo pensando en él cuanto no estuvo presente, puesto que él la extrañó muchísimo y, por supuesto, sabe que ella también. Frente a una realidad especular: frente a ésta realidad espectral, el ilusionista, sujetado a los espejos, se hace aparecer y, en el mismo momento, hace aparecer al otro, bajo el yugo de situaciones a priori que involucran a uno y a otro en una ambivalente relación amor-odio. Por eso, la razón de supervivencia de cada parte, en una relación de este tipo, yace en proyectar e introyectar espectros e ilusiones (en el sentido del ilusionismo) en la vida de la pareja, creyendo irrevocablemente que esa es la única manera de mantención regular de una relación amorosa.

El ilusionismo, consiguientemente, es el recurso más efectivo de la supervivencia inmediata y venidera. Espectralidad- en cuanto ilusionismo- es anticipación que se vuelca sobre el espectral amado, es acumulación previa de experiencias y vivencias que se proyectan sobre el otro tomado como objeto, con el cual no sólo me une la benevolencia sino también una amorosa ambivalencia que se va desplegando y dirimiendo en el intrincado laberinto de los espejos. Éste, por su parte, motoriza un desear saber espectral y hace visible una serie de rasgos que son recurrentes a su accionar: proyecciones, introyecciones, suposiciones que hacen pasar por veracidades, confusiones por indiscernibilidad, deslumbramientos y frustraciones (“O bien eres más de lo que yo esperaba, o bien, nunca llegaste a ser ni un ápice de lo que yo creía que eras”), etc.

El ilusionismo ejerce el arte de hablar deliberada e indeliberadamente por el otro, trabaja en función de experiencias y vivencias acumuladas que se extrapolan- sin la menor consideración del otro en tanto que radicalmente otro- a cualquier situación, en fin, hace aparecer mágicamente en el otro ámbitos íntimos y misteriosos (“Es el gran arte de la vacuolización”, como diría J. Derrida). En suma, apuesta a la disposición del otro en cuanto, tanto como él, desee quedarse sumido a los vaivenes del laberinto de los espejos, donde los espectros y reflexiones ad infinitum son los agentes del juego.

Todo esto pertenece a la metodología de los ilusionistas en una relación especular, todo esto expresa integralmente un Laberinto de los Espejos.

Mariángeles Cuellas- Juan Cruz Catena.

Universidad Experimental.

Una nota aclaratoria: en lo que respecta al “territorio de pensamiento propiamente dicho” no hablaremos en este escrito por dos motivos: primero, porque lo supone performativamente la realización de un escrito con estas características, es decir, porque consideramos que sería el escrito mismo la forma de atestiguar sobre el tema, y segundo, porque hemos hablado ya lo suficiente en el Módulo de Amor de la Ux como para seguir haciéndolo aquí, y la redundancia ya no nos es deseable.

Y, por tanto, su proyecto. Así, pues, cuando decimos trayecto decimos también trayecto proyectual.

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