13 mayo 2009

cae

Tengo la sensación

de haber sido arrastrada

despojada

hubiese preferido no sentirla

no sentir

el frío del borde.

06 mayo 2009

El cuerpo como territorio de existencia

Al formularme la pregunta por los modos de habitar de la infancia aparece como necesario empezar a pensar en el cuerpo, en el cuerpo infantil pero también en el cuerpo en general, y a considerarlo como un territorio, como un territorio de existencia. Como una forma particular construida en un espacio y en un tiempo determinados por ese trabajo de albañilería que es la función del jugar .

El cuerpo, por todo, se materializaría como un espacio de habitabilidad, como un territorio construido (pasado) y a construir (por-venir), en función de las operaciones del jugar.

Cuando digo esto, estoy pensando al cuerpo como un territorio con características propias, que puede estar habitado por un pelotón de rasgos, que puede ser excavado, usurpado, fusionado, embargado, dividido… hasta minado, y que además puede estar sujeto a diferentes circunscripciones. Todas estas son operaciones posibles que hacen del cuerpo un territorio, habitable o inhóspito. Doy un pequeño ejemplo para expresar lo que puede implicar lo que estoy diciendo. Norma, abuela que crió al hijo de su hija, y que por hacerlo siente cierto derecho de propiedad sobre él, nos enuncia: “Que pedazo de hijo que tengo”.

Con el recorrido del seminario, a su vez, se me presenta otro eje problemático de análisis: la posibilidad de habitar los bordes, en los límites o en las fronteras más difusas del cuerpo. Y habitar al límite tiene sus características propias y sus riesgos específicos. Según S Bleichmar, lo primero que tenemos que tener en cuenta cuando estamos ante un niño es ¿qué nivel de constitución psíquica ha logrado? ¿Y cuáles son los riesgos que tiene esa constitución?

Ante esta nueva condición empiezo a apostar en la especificidad de la experiencia analítica como posibilidad interventora de ciertos territorios.

A mi criterio, para pensar la clínica con niños, y para poder desentrañar la metapsicología de la constitución psíquica, es necesario figurarse la dinámica la económica y la tópica de un cuerpo. Entendida acá, la figuración , como una enmarcación perentoria ya que en algunos casos esas fronteras entre el yo-cuerpo y el objeto, entre el yo-cuerpo y el mundo exterior, no son tan explicitas.


La madre y todo Ello.

“Para operar una selección en un universo amorfo,
indeterminado, es indispensable tener de entrada no
sólo capacidad de elección sino también de rechazo” (Pierre Boulez).

Daniela no permitía que nadie la toque, excepto su mamá. Daniela no podía separarse de su mamá ni un momento, todo el tiempo la buscaba con la mirada:

“Daniela se hace caca encima todo el tiempo y no deja que nadie la cambie y si yo no estoy me espera hasta que llegue para que yo lo haga”.

Aquí aparece Hornstein para advertirnos que la dimensión narcisista es evidente en aquellos pacientes que reaccionan con hipersensibilidad a la intrusión en el espacio (cuerpo) propio, al mismo tiempo, conservan la nostalgia de la fusión y temen la separación.
Fusión, entonces, tan necesitada como temida.

Es importante aclarar, por otra parte, que a la mamá no le daba asco la caca de Daniela. En este caso se podía ver un exceso de goce corporal entre la nena y su madre. A la madre no le da asco la mierda de su hija y es ella quien precisamente tiene que reprimir esto para marcar que su mierda da asco. Sólo su mamá tiene derecho a mirar su cuerpo desnudo:

“Cuando vamos a un cumpleaños Daniela no para de mirarme”.

Ante esto me pregunto: ¿qué es lo que hace que ante la presencia de una madre una niña se sienta constituida cual si su madre fuese su contorno narcisista?, ¿qué pasa que ante la ausencia de aquella se hacen mierda las fronteras narcisistas?, ¿qué sucede? ¿No opera ningún límite, o el límite del cuerpo lo impone la mirada del otro, para el caso, la madre? ¿Quién ordena y/o enmarca al cuerpo de Daniela?

Ricardo Rodulfo dice que relatos como éstos nos hablan de un cuerpo que se ensancha, fusionándose al espacio circundante, hasta hacer coincidir los límites de ambos. Tiene que ver con la idea de levantamiento o abolición de la separación, de esos límites que habitualmente creemos irreversibles; por ejemplo, yo/ no yo. En este caso agregaría yo/propio, yo/otro.

Si bien esta sensación de levantamiento se puede precisar como un trastorno en algunos niños, tenemos que tener en cuenta que para un niño muy pequeño es un momento de su constitución, forma parte de la construcción de un cuerpo en un momento donde cuerpo- espacio no están separados: “el espacio es el cuerpo, cuerpo y espacio coinciden sin desdoblamiento ”.

Este singular régimen de espacialidad lo conocemos como la forma de espacialidad inconciente narcisista originaria por excelencia, conceptualmente enriquecida bajo el nombre de espacio de inclusiones recíprocas (Sami Alí), espacialidad donde, ninguna de las polaridades que luego van organizando la vida del psiquismo, están vigentes. Espacialidad bidimensional ya que para la constitución de polaridades se necesita un espesor, la dimensión tridimensional. (R. Rodulfo).
En estos primeros momentos para el niño no hay ninguna operación sobre el espacio que no sea una operación sobre su propio cuerpo. Un inagotable hacer lo propio para hacerlo propio.

De acuerdo con Piera Aulagnier, sabemos que este primer encuentro del niño con su madre es sumamente erótico. Este encuentro originario representa el primer contacto de la psique del infans con el mundo, que determina la constitución de ambos, se trata del encuentro entre el espacio corporal y el psiquismo parental.

Si un niño aun se encuentra en una organización espacial, propia de los tiempos más primarios de la constitución, donde predomina la lógica del proceso primario, (no operando el mecanismo de la represión), en el cual no se observa una clara diferenciación de categorías, arriba, abajo, allá, acá, y se presenta, con fallas en la organización yoica, esto nos revela la existencia de cierto trastorno, cierta falla en la operación de circunscripción del cuerpo.

Ahora bien, debemos subrayar muy especialmente que, en estos modos de habitar las fronteras narcisistas difusas, la separación es vivida como catastrófica. Así, el narcisismo se expresa como sufrimiento, como dolor de sí mismo. La madre aparece como insustituible, como una matriz de su propio cuerpo, y fundamentalmente ante su ausencia, aunque también ante su presencia, se genera cierta ambivalencia desesperante para el niño expresada en agresiones, empobrecimiento lúdico, destructividad masiva, afectos depresivos… en fin, se expresa.

Se expresa como el cuerpo de Marcelo, de 4 años. Él tenía un desborde de ira muy grande, era muy agresivo, no podía evitar sus impulsos. Hablando con el padre éste cuenta que está muy enojado con la madre porque ella no se puede rehusar a nada, hace todo lo que el nene quiere.

_ No, no es tan así, contesta ella.
_ Como no va a ser tan así si el nene te pide todo el tiempo que le muestres las tetas y vos se las mostrás. Y después cuando se te viene encima lo bajas y decís: ¿a este nene qué le pasa?, sentencia él.

Cuando empezó a jugar Marcelo decía todo el tiempo: “¿En esa ventanita que está ahí no puede entrar nadie no? ¿No pueden ver lo que hacemos?”.
“Todo lo que él necesitaba es que yo le garantizara la impermeabilidad del espacio analítico, de las paredes del consultorio, que estaban fundidas con su narcisismo” .

El límite del cuerpo entonces, es indeterminado. Podemos ver en ésta operación de goce materno una forma de habitar específica, fundamentalmente con una especialidad específica: “¿No se puede escuchar de acá no?”, porque la madre estaba en la sala de espera.

Cuando venía con el padre venía tranquilo, cuando venía con la madre y salía, decía: “no, no, no quiero ir”. “La sensación que yo tenía cuando la madre lo quería agarrar, era que cuando le empezaba a pegar, se la empezaba a sacar, como si quisiera establecer una distancia entre los cuerpos, y como si el odio le permitiera a él no ser objeto de la manipulación del otro” . Un otro por quien él se sentía usurpado, manipulado. Freud le adscribe al odio una suerte de afirmación, de la lucha del Yo por conservarse y afirmarse frente al otro.

Ambivalencia amor/odio en que el segundo, se puede pensar como un desafío del límite, como una afirmación frente a la usurpación de la madre. En el odio él se protege, asegura sus propias fronteras, intenta expulsar al otro, intenta separarse del otro, circunscribe su espacio/cuerpo. En suma, con estas operaciones intenta establecer cierta distancia entre su cuerpo y el cuerpo del otro.


Desafío del límite: o sobre como lograr una intensidad no excesiva.

La apropiación excesiva del cuerpo del otro,
es un fracaso del narcisismo trasvasante,
en el fondo no es mas que amarse a sí
mismo (S.Bleichmar)

Nicolás es un niño que esta abrochado a su madre, no puede conectar con la alteridad ni con el exterior. El exterior lo amenaza.

“Los limites los pongo yo mi marido trabaja todo el día y a mí me asfixia estar todo el día con mis hijos.”

La mama comenta que cuando apenas nació Nicolás ella estaba todo el día con él y que incluso si el nene dormía ella lo despertaba para estar con él y abrazarlo.

Este niño está sometido a los caprichos de su madre. Somete al niño a su goce corporal. Pero el amor implica una renuncia. Un reconocimiento y limite al goce pulsional. El amor pone un limite al goce pulsional y corporal, hay un fracaso del narcisismo cuando se ama al otro en cuanto es mi objeto perfecto, hay un exceso de presencia sexual materna.

“Cuando nació el más chiquito empezó a dormir conmigo entonces a Nicolás lo mande a dormir sólo a su cama y hasta el día de hoy toma la mamadera pero tiene seis años”.

“El mas chiquito duerme conmigo a mi me encanta dormir con él aunque a veces el padre me lo saca de la cama.”

Está claro que aquí el niño es aquel objeto que colma a la madre. En este ejercicio materno hay un fracaso del narcisismo y el niño queda atrapado brutalmente al cuerpo (del otro) materno. El análisis en pacientes atrapados en el cuerpo de la madre transcurre superponiendo el proceso de análisis a un proceso de duelo. Y la función del jugar como operación de sustitución de algo de “lo originario”.

“Ahora bien cuando el niño muerde, muerde” (J. Fernández). El trabajo correspondiente en este niño que muerde es el de reconocimiento de la alteridad. Una operación sobre el espacio, que retorna como reconocimiento del otro y, al par, como circunscripción narcisista. Es un Vaivén entre identificación y amor de objeto, no se puede amar la pura diferencia ni la pura identificación.
Cuando lo que prima es el amor, hay reconocimiento de la alteridad del niño, descompletando siempre la identificación perfecta del niño con ese objeto que colma el narcisismo de la madre. El amor supone un coto, una renuncia a hacer usufructo del niño, un coto a su propio goce.
Y esta descompletud de la identificación perfecta nos conduce a pensar lo que Blechmair denomino como narcisismo trasvasante, es decir, un juego de identificación y de reconocimiento en la diferencia. En su defecto, intrusión.

El concepto de intrusión de Winicott implica, traspasar el espacio del otro, es una usurpación violenta del espacio del otro. Aquí no hay reconocimiento del cuerpo del otro como alteridad. Si la madre no logra adaptarse a las señales del niño, capta por completo los gestos creativos del niño, los llantos, las protestas todos los pequeños signos que se suponen que suscitan lo que la madre lee. De tal suerte, la madre se adelanta a satisfacer cada señal como si el infante estuviera aprisionado con ella y ella con el niño.

La idea de intrusión tiene que ver con una imposición absoluta del goce materno del goce materno sobre el cuerpo del niño, (saber de antemano todo lo que el niño necesita). Si seguimos con la metáfora del territorio podemos entender a la identificación perfecta, a la intrusión, como la figura del usufructo .

Usufructo: El usufructo es un derecho real de goce o disfrute de una cosa ajena. El usufructuario posee la cosa pero no es de él (tiene la posesión, pero no la propiedad). Puede utilizarla y disfrutarla, pero no es su dueño. Puede afirmarse que el usufructo se presenta como una desmembración temporal del dominio; pues mientras una persona, el usufructuario, obtiene las utilidades de alguna cosa, el dueño conserva la propiedad, en tanto que derecho, pero sin poder usar ni gozar de lo suyo, en una expectativa de goce futuro, que lleva a denominarlo, por la disminución de sus facultades de goce, "nudo propietario".