02 abril 2009

Emoticones

Para cada modo de sufrimiento existe un circuito y/o estructura institucional. Por ejemplo, te sale una verruga, y te pica. ¿Qué hacés? Le preguntás a tu familiares, si no saben qué hacer, le preguntan al residente de medicina amigo. Si éste no sabe, llaman a un dermatólogo. Si no sabe éste, lo envían a Cuba. Si no saben en Cuba, te la regalo.

Lo que estoy empezando a vislumbrar es que ya no existen estos circuitos y/o estructuras institucionales fijas. La dicotomía normal y patológico suele dejar tras de sí a una gama de cuestiones actuales no descritas. Por ello, el papel actual de aquel psicoanalista que se aboca a cuestiones societales es la descripción de mutaciones, la nominación y el inventariado de variaciones, ¿no?

Yo tengo 24 años y estoy muy lejos de entender lo que sucede en la adolescencia. ¿Se comprende? Es notable que los tiempos de sucesión de los cambios son vertiginosos. Y ante esta evidencia, tenemos que estar a la altura de los mismos sin prejuicios ni preconceptos.

¿Qué pasa? Me encuentro con que existen modos de existencia agrupados que generan comunidad. Antes de ello no hay nada. Esa es la sensación. Entonces, no van más los conceptos de lo normal, lo patológico, lo diferente, lo igual, los que nos sirven como criterios para pensar los modos de sufrimiento. Nada de eso.

Los pibes, hoy día, necesitan formar una grupalidad. Algo que los sujete a este mundo vertiginoso y cambiante. ¿Cómo lo hacen? Ellos se dan a sí mismos sus propias reglas y legalidades. ¿Qué dicen? Dicen: “nosotros queremos ser emos, floggers, raperos, cumbieros, hiphoperos o góticos y para serlo nos vestiremos de tal modo y haremos tal cosa”. Su modo de subjetividad es mercantil. Nacieron a finales de los 90. Se criaron con toda la tecnología, con todo el espectáculo y con el auge de la neo-economía de mercado. Por ende, generar comunidad no implica generar comunidades locales.

Son minoría, sí, pero devenidas de encuentros globales. Se constituyen en función del horizonte global y no de los rasgos locales. Me atrevo a decir que se invirtió el proceso de configuración grupal.

Son minorías autónomas porque, como dijimos, se dan sus propias reglas y modos de existencia. Antes estaban la cheta, la hippie, la que leía cosas de izquierda y la que leía Agata Christi. Vos podías, sin sentir vergüenza, decir que la primera se definía por su riqueza, que la segunda por su pacifismo, que la tercera por su progresismo y que la cuarta por su banalidad a cada significantes su significado. Y podías hacerlo porque cada una de ellas consentía con la definición que vos llegabas a hacer de ellas. Ahora ya no se trata de identidades claramente fijables sino de avatares existenciales que decantan en grupalidades.
Se dan su propia vestimenta: zapatillas Vans o converses, remeras cortas de hermanas menores, peinados para el costado (“tiene que ver con poder mirar a la sociedad no total, sino para poder verla con una perspectiva que sólo brinda un solo ojo”), además, y fundamentalmente, generan su propia modalidad de sufrimiento.

Y ahí quería llegar. Aunque primero una digresión. Su problemática de género, por ejemplo, ya no es más femenino o masculino sino que consiste en llegar a la estética donde no se reconozca si son hombres o mujeres. Pero bueno, vayamos al sufrimiento.

Primero por ejemplo, se llaman EMOS porque su modo de sufrimiento es excesivo, ellos dicen sentir más que los demás, ellos lloran, ellos sufren, ellos se emocionan con cosas que no los demás. Sufren muuuuucho. Y eso los delimita como específicos y diferentes. ¿Qué es un emo? Alguien que sufre muuuuucho. Por ejemplo, si una mina no les da bola, ellos son capaces de cortarse las venas. “Cortarse las venas para cortar con el afecto”, así lo enuncian. Logran desplazar el afecto a alguna superficie, a la superficie del cuerpo, al dolor que les provoca un corte en la superficie del cuerpo, alcanzando, así, un alivio subsiguiente.

Ahora bien, si escuchamos atentamente, después de todo esto, ¿quién puede decir que cortarse las venas es patológico?, ¿quién puede decir que habitar este mundo diciendo que me quiero matar es patológico?, ¿quién puede decir que estar 12 horas frente al ordenador es anormal?, ¿quién puede decir que las consecuencias son malas cuando hubo otros modos de existencia con consecuencias similares, como por ejemplo el de militantes de izquierda, como desaparecidos, que corrían el riesgo de desaparecer?

“Me quiero matar tiene consecuencias”, y una de ellas es que se trata de un enunciado colectivo de una minoridad. Un enunciado que agrupa y genera una minoridad. Los pibes que se preguntan por su singularidad, se criaron solos, antes de eso no había nada, ahora, hay emos. Dicen: “no hay nada, qué hago”. En esas condiciones construyen un grupo, generan rasgos comunes, se encuentran y se enamoran.
Después de todo esto la problemática de delimitación del anormal se complica. Por ende, la pregunta actual es:

“¿Qué puede soportar un cuerpo y qué no?”.

Un cuerpo es capaz de soportar lo que soporte la legalidad del grupo. Si cortarse las venas por amor forma parte de la legalidad grupal, un cuerpo es capaz de soportarlo. Antes no hubieren podido hacerlo. Estos pibes lo soportan.
Aunque usted no lo crea. Y paradójicamente es una forma de delimitarse, de enclavarse en el mundo, en el mundo poroso y oliente de la sexualidad y del ánimo: “el mundo humano demasiado humano”.